lunes, 27 de junio de 2011

Fundacion Fobia Club - Ranking de Fobias Argentinas


Ranking de fobias argentinas

Afectan al 8% de la población. El miedo al encierro y a volar son las más comunes, pero también acecha el temor a manejar y a vomitar.

Por Andrea Gentil






Hijo del Amor y de la Guerra, reunía dentro de sí al amor y a la pasión. Absolutamente irracional, difícil de controlar, Phobos se convirtió en la personificación del miedo y del horror junto con Timor, su par romano. Con el tiempo, de Phobos quedaron las fobias, esos miedos intensos y fuera de toda razón que en el mundo sufre entre un 5% y un 11% de la población.

En la Argentina, quienes van a consultar a un psicólogo o psiquiatra por fobias ante situaciones u objetos, son el 8 por ciento. Pero es tan solo la población que confiesa sus fobias abiertamente, a razón de 2,7 mujeres por cada hombre. Sin embargo, son muchos más los argentinos que conviven con los miedos más diversos hasta que un día, súbitamente, sienten que su vida entra en una especie de bloqueo, de callejón sin salida, porque ya no pueden ir a ciertos lugares, o reunirse con personas, o siquiera movilizarse.

El top ten de las fobias argentinas típicas incluye el terror al encierro, al avión, a vomitar, a los insectos, a conducir un vehículo, a las agujas y la sangre, a los animales domésticos, a las aves, a los sapos y a las alturas. Diez temores que, a veces, llegan a invalidar el desarrollo normal de la vida de una persona, y que acosan a los argentinos más de lo que suele creerse.

El miedo es un sentimiento básico que tienen tanto los seres humanos como los animales. Es, ancestralmente, una reacción de defensa destinada a conservar la vida, un sentimiento normal que pone en guardia a la persona o al animal ante un peligro o un riesgo de la vida real y concreta. Cuando un atacante, una enfermedad mortal, o una catástrofe natural acechan, el organismo se pone en alerta para pelear o para huir. La ansiedad intenta ayudar a que la persona sobreviva. El corazón se acelera, los músculos se tensan, el cuerpo transpira, el pelo se eriza, la sangre se concentra en los puntos del organismo que van a ayudar, justamente, a salir con vida y sano de la situación.

Terrores irracionales. El problema es que alrededor del 30 por ciento de las personas se encuentran predispuestas a sentir algún tipo de miedo extremo aun cuando la situación o el objeto real no lo ameriten. Hay una falsa alarma, la persona sufre y hasta se paraliza. La ansiedad se cobra una víctima. Esos temores irracionales pueden desencadenarse por un factor externo concreto, por una situación social, o por mecanismos internos de la persona que entra en pánico. Cuando el temor está puesto en el mundo exterior concreto, es cuando los especialistas hablan de fobias.

Datos estadísticos obtenidos por la Fundación Fobia Club indican que un 27% de los fóbicos argentinos sufre de claustrofobia, y se aterroriza en espacios cerrados, ascensores, túneles, subterráneos, tomógrafos, cualquier habitación que a ellos se les represente como chica. Los claustrofóbicos no le temen a la situación en sí misma, sino a sus posibles consecuencias negativas: quedarse encerrado (y por eso también se sienten vulnerables y temerosos cuando ven restringidos sus movimientos) o sufrir asfixia (enseguida creen que no hay aire suficiente en los espacios cerrados).

La aerofobia, el miedo a volar en avión, afecta al 11 por ciento de la población y en realidad junta a varios temores a la vez: a la altura, al encierro, al descontrol. “Esto hace que millones de personas eviten subir a un avión y, si lo hacen, se automediquen y/o tomen alcohol, o soporten muy altos niveles de angustia”, explica Gustavo Bustamante, doctor en psicología y vicepresidente de la Fundación Fobia Club, una organización sin fines de lucro que funciona desde el año 1996 y tiene filiales en el interior del país.

El temor a los lugares cerrados y a los viajes en avión son dos miedos irracionales aceptados, populares, que integran parte del imaginario colectivo. Pero hay otra fobia, que según algunos especialistas afecta hasta al 6 por ciento de la población común (incluyendo no solamente a los fóbicos sino también a quienes no tienen este trastorno) y aún así es poco conocida: la emetofobia.

Es un miedo irracional al vómito, a vomitar y a ver a otra persona vomitando. De 23 años, Vanina S. le dijo a su terapeuta “prefiero morirme a vomitar”, y le contó que tenía crisis de pánico cada vez que tenía náuseas. No recordaba haber vomitado jamás y tenía conductas de reaseguro: no masticaba chicles, siempre llevaba agua en la cartera, no tomaba gaseosas, no comía salsas, tomaba antiheméticos en forma casi constante, todo “por las dudas”.

“Muchos emetofóbicos no pueden llevar una vida normal a causa de su fobia, se someten a sí mismos a restricciones en su alimentación, evitan las salidas, y algunas mujeres hasta tratan de impedir el quedar embarazadas para no arriesgarse a sufrir náuseas y malestares”, explica Bustamante. En el fondo, lo que se esconde en esta fobia es la vergüenza.

El mayor problema con el que se encuentran psicólogos y psiquiatras (y, en primer lugar, los mismos pacientes) es que ese pudor por padecer una fobia demora la consulta médica. ¿Cuándo llega alguien a un consultorio para conversar acerca de un problema que, para la mayor parte de las personas, es una “manía” o una “idea fija” que no tiene sentido? “Cuando ven alterada su calidad de vida”, resume Bustamante. “Una fobia altera el comportamiento de quien la sufre y se arma un circuito perfecto: la persona se anticipa mentalmente a la posibilidad de tener que enfrentar ese objeto o esa situación a la que teme irracionalmente, y en consecuencia se angustia y se pone en alerta, lo que altera todo su sistema físico también”, describe.

Así es como alguien que teme a los ascensores va a ir a sitios que tengan escaleras, investigando dónde están y cuál es la más cercana, y si hay miedo a las alturas tomará sedantes que lo hagan dormir, y la espera en migraciones será una tortura que aumenta la ansiedad. Finalmente, suele confesarse la existencia de la fobia cuando se está en el borde, en una situación límite. “Muchas veces los pacientes que tienen aerofobia vienen con el ticket de avión en la mano. Pero hasta que no están frente a una obligación impostergable, los pacientes conviven con su fobia y su angustia”, confiesa un psiquiatra especialista en trastornos de ansiedad.

Quizás la más genética de todas las fobias, dicen los especialistas, los temores agudos a insectos, aves, sapos, perros, gatos, suelen traspasarse de generación en generación: los hijos de padres fóbicos, dicen las estadísticas a nivel mundial, son dos veces más propensos a desarrollarlas. Es un pánico que no solamente se pone en juego frente al encuentro real con una araña o un animal, sino también ante su sola imagen, al punto de que una persona puede entrar en crisis solamente con ver el insecto o el animal.

Mundo artificial. Pero no todo lo que asusta en extremo es antiguo, ancestral o innato (como el miedo a volar, algo que el ser humano no puede hacer por sí mismo, o a quedar encerrado en un ascensor símil caverna), sino que mucho es producto de la cultura humana misma. La amaxofobia o temor irracional a manejar un automóvil es la quinta fobia más frecuente entre los argentinos.

Sudores, temblores, taquicardias, dolor de estómago, son algunos de los síntomas que padecen los afectados, mayoritariamente hombres, muchos de los cuales inclusive se ganan la vida como conductores. “Hace dos semanas que me pongo nervioso cuando tengo que manejar mi auto en la ruta o en la autopista –confiesa Juan G., de 35 años–. No soy capaz de pasar los 100 kilómetros por hora y si tengo que adelantarme a un auto me palpita el corazón. Nunca tuve un accidente y esto empezó así de repente… el problema es que tengo que manejar 25 kilómetros de mi casa al trabajo todos los días”.

Más admitido popularmente y con cierto rango de “debilidad tolerada” entre los hombres, asustarse extremadamente ante una aguja, una extracción de sangre, un dentista y un torno, también alarma a argentinos de la ciudad y del campo. Porque eso tiene este ranking de fobias nacionales: las mismas se repiten en zonas urbanas y rurales, no importa si el terror son los sapos y si la persona vive en un departamento en la ciudad de Buenos Aires, la fobia existe igual y tiene la misma fuerza que entre habitantes de un pueblo chico del interior. La diferencia, dicen los especialistas (y eso es lo que más angustia a los enfermos) es que en el campo se ven muchos más sapos que en la Avenida 9 de Julio.

El mayor problema con quienes sienten palpitaciones, sudor frío, baja presión, mareos y hasta desmayos ante una inyección o un análisis clínico es que hacerse los estudios preocupacionales para entrar a un trabajo o sacarse una muela son una misión tan difícil que enferma.

Confinados. A estas fobias concretas habría que sumarle la agorafobia, que no es ni más ni menos que el terror extremo a estar en lugares públicos, abiertos, llenos de gente. Afecta sobre todo a las mujeres (a razón de tres por cada hombre) y otra vez lo que está más presente es la vergüenza. Quienes la sufren se van confinando en sus casas, y en casos extremos en sus habitaciones.

“El paciente deja de salir solo a la calle porque tiene mucho temor de descomponerse y se ve precisado de hacerlo va construyendo postas o lugares de seguridad adonde ir a refugiarse en caso de sobrevenir el ataque de ansiedad –relata Gustavo Bustamante–. Si está en un restaurante o en un cine, el agorafóbico se sienta cerca de la puerta de salida o del baño para poder huir y refugiarse sin ser visto. Su vida se transforma en un drama, decae la vida familiar, la social y hasta la laboral”.

Pero el gran problema de quienes sufren alguna fobia es que pueden llegar a tardar años en recibir el tratamiento adecuado. Un estudio hecho en las ciudades más grandes de los Estados Unidos muestra que solamente el 8 por ciento de los pacientes tiene un tratamiento psiquiátrico y psicológico por su trastorno, mientras que el 32 por ciento es seguido por un cardiólogo por presunta hipertensión arterial o problemas coronarios, otro 19 por ciento por un gastroenterólogo, un 9 por ciento como si tuviera enfermedades respiratorias y un 8 por ciento por dermatólogos. El resto se reparte entre servicios de ginecología, urología y otros.

Las fobias suelen verse como un capricho personal, o como un síntoma aislado, no como una enfermedad específica que responde a cuestiones genéticas, educativas y sociales. Y que, aseguran los especialistas y muestran las estadísticas, tienen tratamientos y terapias específicas que suelen ser exitosas. Para que Phobos y Timor vuelvan a las cavernas de la antigüedad de donde un día surgieron.

Nota en Revista "Noticias"
http://www.revista-noticias.com.ar/comun/nota.php?art=3281&ed=1796