lunes, 4 de abril de 2011

La fobia a la sangre afecta a 4 millones de argentinos



El trastorno suele acompañarse, además, por el temor desmedido a las agujas. Cómo son las terapias que ayudan a resolver el problema.

Amenaza. Para muchas personas, con sólo oír hablar de inyecciones alcanza para perder el control.
Para algunas personas, hacerse un estudio sanguíneo o aplicarse una inyección suele ser una actividad de rutina. Sin embargo, otros no pueden tolerar el hecho de ver sangre o estar en contacto con jeringas. Estos trastornos, conocidos como fobia a la sangre (hematofobia), inyecciones y daños, están presentes en el 4% de la población mundial y en el país se estima que un 10% los padece, según datos de la Fundación Fobia Club.

“Una persona sufre de estas fobias cuando el comportamiento del miedo en relación con el estímulo que lo dispara –sangre, inyecciones, heridas– interfiere en sus actividades cotidianas. El temor es excesivo y persiste a lo largo del tiempo”, definió Liliana Traiber, psicóloga clínica de la Fundación Favaloro, donde se brinda un tratamiento específico para este tipo de trastornos.

Por su parte, según aclaró Gustavo Bustamante, director de la Fundación Fobia Club, “la fobia a la sangre y a las inyecciones a veces se superponen y el diagnóstico es similar. En general, los pacientes manifiestan en mayor o menor medida ambas a la vez”. Y abundó: “Se detectó que el miedo empieza alrededor de los 8 años y se convierte en fobia a los 14”. Traiber aclaró que suele afectar más a las mujeres que a los hombres.

Las personas sufren de este trastorno en varias situaciones, como por ejemplo “al tener que realizarse una extracción de sangre, escuchar una conversación relacionada con ella o las inyecciones, al entrar a un hospital, ver películas con contenido violento o visitar al dentista”, enumeró la psicóloga. En cuanto a estos estímulos, aparecen tres tipos de respuestas. “Las primeras son pensamientos tales como ‘no voy a aguantar mucho tiempo sin marearme o desmayarme’; las segundas son fisiológicas –sudoración, desmayo, molestias en el estómago, etc.– y, por último, está el evitar estudios médicos, las operaciones quirúrgicas o los tratamientos odontológicos”, añadió la especialista. “El fóbico grita, se tira al piso, sale corriendo, se enoja con los doctores, lo pasa mal en extremo”, agregó Bustamante.


Casos. Eugenia Hefling es abogada y tiene 26 años. Comenzó a notar el temor por la sangre cuando tuvo que enfrentar un análisis médico, a los 14 años. “No podía ver películas en donde hubiera sangre y evitaba ir a hospitales y dentistas. Mis miedos eran desmedidos, me bajaba la presión y me desmayaba.” Su vida personal y laboral se vio afectada por la hematofobia. “Comencé a angustiarme y el trabajo pasaba a segundo plano los días previos a hacerme un chequeo; eso era mi principal preocupación”, relató. Finalmente, decidió hacer un tratamiento –de un año de duración– y ahora se siente “recuperada”.

Pero muchas personas con estos tipos de fobias no se preocupan en buscar ayuda terapéutica. Ese es el caso de David, un programador de 27 años que tiene temor a las jeringas. “Me acuerdo que a los 18 años fui al dentista y casi me echa del consultorio porque me tenía que poner anestesia y yo no lo dejaba”, rememoró. David hasta llegó a pensar varias veces en no cambiar de trabajo porque eso le implicaba hacerse una extracción de sangre. “No hice el tratamiento porque no me perjudica tanto en mi vida diaria; las inyecciones como mucho me las doy dos veces al año”, opinó.

De acuerdo a la Asociación de Ansiedad norteamericana, el 90% de las personas con este trastorno mantiene los beneficios del tratamiento pasado los 12 meses. En la Fundación Favaloro hay un programa específico para mayores de 18 años que consiste en cinco sesiones grupales de psicoterapia cognitivo-conductual y farmacoterapia, en donde se les explica a los pacientes los síntomas de la fobia y cómo se tratan. En la Fundación Fobia Club, por su parte, consideran varias estrategias dependiendo de cada paciente, como la terapia cognitiva comportamental y exposiciones a los estímulos que provocan el temor. Una técnica que utilizan ambas fundaciones es la tensión muscular aplicada: se enseña a tensar los músculos del cuerpo con el fin de elevar la presión sanguínea para evitar desmayos.

Según Bustamante, “la mayoría de los que decide tratarse son jóvenes que sienten interferencias en su vida laboral y social”.

Riesgo de que se cronifique

Aunque muchos no la reconozcan como problema, la hematofobia es uno de los trastornos más frecuentes en la población, con una alta prevalencia entre los adultos, y si no hay un tratamiento puntual tiende a cronificarse. Lo que la distingue de otras fobias es que en ésta existe un patrón de respuesta bifásica, es decir que “junto con otros síntomas de ansiedad –sudoración, temblores, visión borrosa, etc.– se da un aumento del ritmo cardíaco, de la presión arterial y de la tasa respiratoria. Pero enseguida esos parámetros descienden bruscamente y la persona siente tal el enlentecimiento cardíaco y la disminución de la presión sanguínea, que en casos extremos puede llevar al desmayo”, explicó la psicóloga Liliana Traiber. Según ella, “entre el 70% y el 80% de las personas con fobia a la sangre sufre desmayos”.

http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0561/articulo.php?art=28176&ed=0561